domingo, 10 de marzo de 2013

El Panteón de los rebeldes



Yo no te pude hacer un monumento
de mármol con inscripciones coloridas
Tite Curet Alonso 

Las casas donde se sabe que vivió Hugo en Sabaneta y Barinas revelan algo que de tanto decirse parece que se olvida: el dato esencial que moldeó el carácter este compañero es la humildad. Humildes son las casas en que vivió, humildes las escuelas, campos y calles donde transcurrió su niñez. Era humilde y sencillo su lenguaje cuando dejaba de carajear al imperio para ponerse a dialogar con nosotros, y de allí la forma de soltar chistes malos cuando la ocasión le exigía moderación y respeto. ¿Por qué no te callas? Porque mi pueblo es dicharachero, viejo pendejo, y yo soy hijo de mi pueblo.
Cuando al camarada Hugo le daba por recordar a su abuela Rosa Inés su verbo resbalaba por un tobogán de ternura asociada al fogón, el olor a leña, el café y esa manera de jugar y regañar que tenían nuestras abuelas, gente que vivió la Venezuela aún no devastada por el capitalismo industrial.
Pese a los chistes fáciles que el enemigo soltó y seguirá soltando a causa de la investidura de Presidente (que por cierto le concedió el pueblo pobre, no las hegemonías o corporaciones) la vida del pana Hugo fue sencilla, y una comprensión simple de esta secuencia que es la vida debería hacernos comprender que su lugar de reposo debería estar entre su gente, rodeado de sus muertos, de su gente querida y conocida: la gente de su pueblo, la que lo convirtió en ese ser humano que fue.
El año pasado Chávez soltó unas lágrimas evocando algo tan puro y libre de referencias iconográficas burguesas como la sabana apureña, que por cierto es extensión o continuación o presagio de la sabana barinesa. Dijo Chávez que su máximo anhelo consistía en ir a colgar un chinchorro en algún rincón de ese Apure colosal y terminar sus días echándoles cuentos a sus nietos. Se le formó el consabido tarugo en la garganta y lloró ante millones de teleespectadores, algunos de los cuales se burlaron porque nunca tendrán la humildad ni la valentía de conmoverse ante un paisaje. Quien va a Apure y no regresa estremecido de llanto o de risas es porque tiene el alma muerta.
Monte y lejanía: eso era lo que estaba pidiendo el compai Hugo en sus meses finales. Pero nosotros, que nos sentimos más arrechos que él y creemos saber qué cosa es un homenaje (porque la maldita escuela adeca en que estudiamos nos “enseñó” cómo es que se homenajea a los muertos) queremos mandarlo a descansar a un ridículo panteón europeo o a un sifrino panteón posmoderno. ¿Le cumplimos su última voluntad o cumplimos la nuestra?
***
Por lo general las iconografías oficiales (burguesas) asocian la noción de “homenaje” con el boato, esa cursilería rimbombante propia de lo más decadente, por aristocrático, de la Europa medieval. La clave de la hegemonía católica, de paso, ordena adornar el ceremonial de la muerte con la consabida carga judeocristiana llena de culpas y disfraces que invocan a la postración y el sufrimiento infinito. Lo que el burgués y la burguesía entienden por “afecto” termina entonces convirtiéndose en un festival de florilegios y regorgallas propias de gente asustada que, como tiene mucha plata y no sabe qué hacer con ella, va y la invierte en sobresaturación de imágenes y símbolos que no honran a la gente sino al poder.
A propósito de los homenajes, hace poco ocurrió algo significativo con esto de los símbolos culturales que la convención burguesa considera homenajeables y dignos de premio y santificación. Venezuela entera celebró el que la UNESCO haya decretado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad a “Los diablos danzantes de Venezuela”. A CASI todos los diablos danzantes de Venezuela. No sé si los proponentes o los otorgantes, pero el caso es que alguien dejó fuera del paquete de diablos homenajeados a los diablos de San Hipólito. ¿Qué tiene que ver esto con Chávez? Mucho. Simbólica, geográficamente, quien se acerca a San Hipólito entenderá mejor a Chávez y a la Venezuela chavista.


Los Diablos Danzantes de San Hipólito nacieron en 1810; son, por cierto, los más antiguos de Venezuela. La diferencia con los homenajeados es que, mientras éstos tienen un sustrato católico que se refleja en su ceremonial (son diablos sumisos: salen a la calle, cantan, parrandean, pero cuando el cura ordena parar ellos se postran, apoyan la cabeza en el suelo y se acabó la fiesta) los de San Hipólito son cimarrones y no andan postrándose ante nadie. Su ritual es sencillo, populachero y más o menos caótico, y ensalza la fiesta del pueblo por sobre el dato de sumisión o arrodillamiento propio de las religiones. Los diablos entran al lugar de la fiesta gritando, convocando a la gente; comienza a interpretarse un golpe de polca, a cuyo ritmo unos devotos tejen un árbol a la manera del sebucán. Luego se arma la parranda propiamente dicha con merengue campesino, y más tarde con repiques de joropo (casi siempre seis por derecho, periquera y pajarillo).
Como no hay autoridad religiosa que ordene no caerse a golpes o a botellazos en mitad de la euforia colectiva, existen unas figuras que son el Diablo y la Diabla Mayores, encargados de poner orden con un fuete. Borracho que se propasa o que intenta violentar el ceremonial se lleva su correazo, y así la disciplina se mantiene, autogestionada y sin policía, y el castigo es visto más como un chiste que como un acto de represión. Cierto que el día central de la celebración es el 24 de junio, día de San Juan, pero la otra clave de estos diablos es que van para donde los inviten, en cualquier momento del año.
Los Diablos de San Hipólito recorren Venezuela varias veces al año.
Los Diablos de San Hipólito son adorados por el pueblo, porque son expresión del pueblo, y detestados o vistos con recelo por la convención burguesa (de allí que no les hayan dado el premio que otorga la visión hegemónica de “Cultura” en el mundo).
Los Diablos de San Hipólito son cimarrones, rebeldes, populacheros e incómodos para la burguesía, porque no se amoldan a las reglas establecidas.
Los Diablos de San Hipólito no serán homenajeados nunca por los convencionalismos burgueses porque su sola existencia es un salivazo en la cara de los acartonados, los falsos, los domesticados, los sumisos y los jalabolas.
Los Diablos de San Hipólito nacieron en el eje San Hipólito-Los Rastrojos, una serie de campos y caseríos en las afueras de Sabaneta de Barinas.
El camarada Hugo Chávez nació en uno de esos campos, en Los Rastrojos. Fue allí donde Mamá Rosa le enseñó las claves del valor y la vergüenza. Ese pequeño poblado merece ser reconocido como la cuna de la rebeldía americana.
Entonces, ¿encerramos a Chávez en un panteón europeo o sifrino, o le regalamos el chinchorro allá en la sabana que lo vio nacer y convertirse en leyenda, allá en la cuna de su rebeldía?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maravilloso artículo: Muchas gracias por ese bello trabajo de investigación sobre las raíces de nuestro querido comandante. Saludos